Crónica del viaje a Marrakech

Rellenar Blog en 31 diciembre, 2014

Me desperté ya viendo el contraste del aparatoso Atlas sobre el rojo paisaje marroquí, aguantando la nieve de una forma bastante milagrosa pues el sol picaba cosa mala. Bajé del avión y empecé a conocer las costumbres del país: camionetas cargadas hasta los topes con maletas esquivando pasajeros por en medio de la pista sin ningún tipo de señalización vial en una sinfonía de gritos en una lengua que sólo había escuchado en la crónica internacional del telediario. Un caos que no tenía nada de ordenado pero sin embargo mucho de mágico pues todo el mundo parecía saber qué hacer para no colisionar sin necesidad de seguir ningún tipo de protocolo.

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Pasado el control de pasaporte me esperaba un amigo de cuando internet iba por cable gordo conectado a una torre con cd-rom y disquetera. Era el mediodía del martes y él también se había cruzado media Europa para estar allí. A la salida asistimos a la charanga de bienvenida de la orquesta aeroportuaria que daba a entender que el país haría lo que estuviera en su humilde mano para ofrecernos una estancia divertida. Y rápidamente procedimos al bautismo turístico: la negociación con un taxista que nos llevó a la plaza Jemaa El Fnaa.
Jemaa el Fnaa es como el aeropuerto pero con bicis, motos, coches, burros y gente, mucha más gente. Todos gritando, todos pitando, todos vendiendo algo; todos yendo para arriba y para abajo, a algún sitio, no sé a dónde, pero de nuevo, siempre sin chocar los unos con los otros. En seguida nos atendió un joven autóctono que decía conocerse muy bien la localización de nuestro riad pues un primo suyo vivía cerca. Callejeamos por el laberinto de la medina donde los tenderos locales se abrían a nuestro paso a la voz de “Oh, Madrid”, “Madrid, Madrid”, “Hala Madrid”, “Visca Madrid” y “Real Madrid Independencia” haciéndonos sentir tan protagonistas como los mismos futbolistas.

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Nuestro improvisado guía vestía una chaqueta del PSG en una curiosidad que rápidamente se convirtió en característica pues la ciudad tenía un aroma futbolero que no parecía preparado adrede para la ocasión sino más bien regular, con una mayoría de chavales vistiendo camisetas de clubes locales y europeos entre los que destacaba el nuestro; y muchísimas tiendas de imitación. Por supuesto los argentinos ya estaban allí.
El cambio de sede posibilitó que pudiéramos asistir también a la semifinal. Y he de decir que la disfruté incluso más que la propia final. El partido fue muy vistoso pero más lo estuvo el estadio que, repleto con 35.000 campesinos de la zona, fue una auténtica fiesta. Allí quedamos fascinados con el madridismo infantil del pueblo marroquí. Un madridismo virgen, libre de filias y fobias, que cantaba a todos los jugadores, que hacía la ola, que se divertía y se inmortalizaba con banderas y bufandas en móviles de teclas. Pero especialmente nos sorprendió su costumbre de gritar “sí, sí, sí, sí” y aporrear los asientos cuando el Madrid contraatacaba o simplemente pasaba de tres cuartos de campo. Una intimidación que ojalá copie el Bernabéu.
Esa misma noche llegó el resto de nuestro grupo y juntos nos recorrimos Marruecos disfrutando de sus lugares, su comida y su gente, paseando siempre alguna prenda madridista allá donde fuimos, incluso en el lejano desierto de Merzouga donde cómo no, nos topamos con la afición de San Lorenzo que estaba por todas partes. Aquella noche bebimos y cantamos canciones juntos como hacen los enanos en las taquilleras películas de literatura fantástica. Y nos deseamos suerte, civismo y normalidad.

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Ya de vuelta a Marrakech vivimos su noche, llena de humos de fritangas, monos, serpientes y cuentacuentos. Paseamos encantados encontrando nuestro escudo en muchos balcones, en muchos puestos itinerantes; en muchas formas, antiguas y modernas; con un simpático corazoncito en el lugar de la cruz. Lección divertida para los que ven barreras y tabús donde otros ven la consolidación de un madridismo intercultural.
Al día siguiente, mientras el grueso del Grupo aterrizaba nosotros dedicamos la mañana del partido a repartir pegatinas de la Grada entre los niños de la medina y la plaza, también entre los hombres y mujeres de los tenderetes que siempre pedían otra más para su hijo, que luego eran dos, o finalmente seis. Todos nos respondían con una ilusión tremenda ante aquel obsequio pequeñito y haciéndonos fotos con ellos empezamos a ver las primeras caras conocidas de otros viajes, de la grada, algunas con nombre otras sin él.
Después de los saludos y abrazos comimos todos juntos en los salones de un hotel cercano a la plaza, epicentro ocioso de una ciudad que tan acostumbrada al bullicio y a la bienvenida de turistas absorbió muy bien el evento. Pronto organizamos los autocares para dirigirnos al estadio donde nos encontramos con una colocación espantosa y peor aún: con las trabas de la organización que no permitía el despliegue de nuestras pancartas sobre las vallas. Fue Veteranos quien abrió el camino. Le siguió Primavera Blanca. Pero digno de ver fue el esfuerzo de Arancha, la chica de La Clásica que desplegó ella sola una pancarta enorme sobre un balcón reservado para la FIFA según las autoridades locales. Y luego el resto de peñas.
Entretenidos decorando aquella esquina nos dimos cuenta que el Atlas no es tan grande si te lo imaginas con Sergio Ramos sentado encima haciendo de la ladera de la montaña un cajón flamenco. Pero el mejor fue Isco que asistió para que Bale nos cosiera definitivamente el escudo de campeones del mundo sobre el pecho.

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Nuestra pésima ubicación tuvo algo de positivo y fue el otorgarle un merecido protagonismo a la afición local que, llegada de todo Marruecos, estaba principalmente distribuida en ambos fondos y coordinaba un trueno de grada de animación donde casi todos ellos vestidos de blanco desplegaron un impresionante tifo artesano en honor a Cristiano. Al ritmo del bombo de Suso los allí presentes animamos –muchas veces interaccionando con ellos- y también soltamos nuestro propio cubregrada traído desde Madrid.
Tras la entrega de trofeos, las fotos victoriosas y la ceniza de la pirotécnica cayendo sobre nuestras cabezas en la que fue la penúltima genialidad de la FIFA. El broche de oro llegó con las dos horas de espera dentro del autocar para salir del recinto. Aquella noche los burros, las camionetas y los ciclomotores del humilde pueblo marroquí fueron sustituidos por los coches de alta gama de los ejecutivos invitados por la federación internacional que bloquearon todas las salidas en una falta de previsión bochornosa por parte de los organizadores del evento.
Los graderos sin embargo afrontaron el inconveniente con tranquilidad y educación. Y así fue como durmiendo llegamos todos al aeropuerto donde conocidos periodistas ya esperaban con las caras largas del que tiene que viajar con los mortales el goteo de autobuses. Entre abrazos cansados y felicitaciones navideñas escuché “hay que ponerse ya con los tifos que el Atleti está a la vuelta de la esquina”.
Aquí tienes una galería de fotos. Si estuviste allí un día, dos o muchos, te podrás encontrar.

 

 

 

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